El
cambio social se debe a la acción de fuerzas políticas, económicas, culturales
y tecnológicas. Éstas se fundamentan en la necesidad por parte de los
individuos de supervivencia y reproducción, de solidaridad y cooperación y de
libertad y autodeterminación. Esta evolución produce la estructuración social y
política. Históricamente, en el mundo occidental esta estructuración ha sufrido
una doble tensión: 1. entre una concepción que privilegia la acción del Estado
para promover la felicidad o el bienestar de los individuos y otra que entiende
que los individuos saben qué les conviene más, al tiempo de otorgar al Estado
únicamente la función de proteger sus propios derechos, y 2. entre una
concepción que busca en el Estado la promoción de los intereses de su clase y
otra que considera la igualdad jurídica y de oportunidades de todos los
individuos.
Patricio Valdés Marín
La
sociedad en evolución
Analizar las distintas formas posibles de estructuras
sociopolíticas es tomar un punto de vista demasiado estático, considerando que
éstas han evolucionado desde las primitivas tribus cazadoras y recolectoras
hasta nuestras modernas sociedades industrializadas, pluralistas y relacionadas
globalmente. Tampoco una explicación adecuada para el cambio puede suscribir
teorías lineales, cuyo primer exponente fue Platón (428 a. C. - 348 a. C.),
quien, para explicar la evolución de las formas internas de principios y
valores políticos, estableció una secuencia en orden decreciente de perfección
–o creciente de imperfección– que comienza con la timocracia (gobierno del
valor y el honor), sigue con la oligarquía (gobierno del dinero y la avaricia),
y después con la democracia (gobierno del desorden y la arbitrariedad), para
llegar a la tiranía (gobierno del miedo y el crimen). Para él el gobierno
perfecto es el de la razón y es conducido por un rey filósofo. Más tarde,
Polibio (210 a. C. - 125 a. C.) supuso que la secuencia es cíclica y
corresponde a monarquía, tiranía, aristocracia, oligarquía, democracia,
oclocracia anárquica, y nuevamente monarquía..., y está, según él, más de
acuerdo con la realidad. En fin, de ningún modo se pueden aceptar los mitos
milenaristas que suponen que la humanidad terminará en un estado de paz y
armonía, similar a un legendario comienzo primigenio, como propugnó el
marxismo, que suponía que la última etapa de la lucha social era el
establecimiento del comunismo mundial, que la humanidad vaya a ser regida por
la raza aria o por los descendientes de Jacob, ni tampoco que la historia
humana como lucha entre ideologías ha llegado a su fin, como postuló, en 1989,
Francis Fukuyama (1952- ) para defender el neoliberalismo, omitiendo que es
también una ideología.
Sin duda, además de la económica, ha existido una
cantidad de fuerzas distintas que han operado para hacer posible las
estructuras sociales y políticas tan complejas como las actuales y que han
actuado cada una a lo largo de su propio eje. Y las fuerzas actuantes no han
sido de la misma magnitud ni han actuado siempre con la misma intensidad.
También, durante la evolución experimentada por la estructuración social y
política se han traspasado escalas de cada vez mayor complejidad en un proceso
que sería ilusorio indicar qué escalas se llegarán a estructurar en el futuro.
Y por otra parte, tal como fue evidente para Platón y Polibio en sus
respectivas épocas, la estructuración es susceptible de sufrir regresiones que
son más grandes mientras mayor sea la escala estructurada. Es posible la
regresión al “salvajismo” si, por ejemplo, a causa de una catástrofe el capital
y el conocimiento acumulados fueran perdidos y los valores éticos
complementarios desplazados. La estructuración no es necesariamente lineal ni
unidireccional, tampoco evoluciona dentro de una misma escala, pues las fuerzas
y las condiciones que la determinan son múltiples y variadas.
Las fuerzas fundamentales en toda estructuración
sociopolítica deben buscarse en las distintas funciones individuales de los seres
humanos y que podemos agrupar en las siguientes aspiraciones o ansias:
supervivencia-reproducción, solidaridad-cooperación y
libertad-autodeterminación. Estas inclinaciones son sólo posibles dentro de una
estructura social, que es oportunista y se organiza para explotar los recursos
requeridos para satisfacerlas. En este sentido, una estructura sociopolítica es
un todo de relaciones de autoridades, jerarquías, lealtades, fidelidades,
responsabilidades, disciplina, educación, normas éticas y jurídicas, ethos
culturales, etc., destinada a la satisfacción de los anhelos existenciales de
sus integrantes.
No obstante, es posible observar en la historia que la
estructuración sociopolítica no tiene por objeto generar necesariamente
progreso respecto a la moral y a los valores más profundos y permanentes. Esto
pertenece a la estructuración personal de cada ser humano y es un derecho
humano que se debe respetar. Podemos observar que grandes hombres emergen en
lugares de gran pobreza y grandes progresos materiales van acompañados de mucha
decadencia moral. Se debe reconocer, sin embargo, que una autoestructuración
personal es imposible en condiciones de insuficientes medios materiales, donde
reina la guerra, el hambre, la peste y la muerte. Ciertamente, en condiciones
donde no es posible la subsistencia social, menos lo será la supervivencia
individual.
Las fuerzas que promueven el cambio social y político
se pueden agrupar en ejes culturales-políticos y económicos-tecnológicos. Sin
pretender agotarlas todas, se pueden mencionar entre las fuerzas
culturales-políticas las siguientes: una creciente identidad individual que
acompaña al crecimiento de la conciencia de sí y que se va distinguiendo de la
primitiva identificación del individuo con el rol desempeñado en su tribu; una
creciente libertad individual para determinar su propio destino, cada vez más
independiente de la tradición, la autoridad y las costumbres; una creciente
educación para una creciente mayoría; un control y consolidación territorial
hasta marcar las fronteras actuales, ya completamente definidas, dentro de las
cuales no queda virtualmente territorio sin ocupar y sin ser controlado por
algún Estado; una creciente institucionalización del poder político; una
tendencia hacia el pluralismo, el respeto y la tolerancia; una tendencia hacia
el intercambio y la cooperación internacional; un poder político al servicio,
no de privilegios, sino de una mayoría cada vez más grande.
El ideario de la Revolución Francesa resumía en
“libertad”, “igualdad” y “fraternidad” el rechazo al Ancien Regime. Fue una sentida oposición al absolutismo, a los
privilegios y a los tres estados que dividían la sociedad. En el siglo
siguiente, fue muy difícil consolidar en una sola institucionalidad estos tres
anhelos. Por el contrario, surgieron distintos movimientos que los encarnaron
como liberalismo (libertad), socialismo (igualdad) y nacionalismo
(fraternidad), los que, agregando a los monárquicos y republicanos, dieron una
compleja coloratura a los conflictos políticos y sociales subsiguientes.
También el desarrollo social y político ocurre gracias
al desarrollo económico y tecnológico. Ciertas formas y prácticas políticas
llegan a ser posibles sólo cuando las necesidades básicas para la supervivencia
están aseguradas y se libera gran parte de la fuerza de trabajo destinada a la
explotación de los recursos básicos. La revolución industrial precedió a la
democracia. La posibilidad de concebir el Estado en función de la libertad de
los ciudadanos se materializa sólo cuando hay abundantes alimentos, ocio y
educación para la gran mayoría.
El desarrollo económico que catapulta el desarrollo
sociopolítico depende de la acumulación de capital y de conocimientos
tecnológicos. Pero podemos constatar que esta acumulación y estos conocimientos
son tan cuantiosos como mal distribuidos. En la actualidad los más ricos
ejercen individualmente un poder que cada uno de los más ricos podría
holgadamente competir con el poder de muchos Estados juntos. Dentro del eje
económico están la disponibilidad de recursos y el capital para obtenerlos. A
su vez, el eje tecnológico va de la mano con el económico para la obtención y
la maximización de recursos y la suplantación de mano de obra costosa. La
pregunta del millón es cómo tener acceso al capital y a la tecnología para
conseguir el anhelado desarrollo sociopolítico.
Desde la aparición del homo sapiens, la estructura
sociopolítica ha estado experimentando un continuo desarrollo, el que se ha
acelerado en el tiempo hasta adquirir en la actualidad una velocidad
vertiginosa. Este fenómeno es posible observarlo en la actualidad, pues las
sociedades no evolucionan al mismo ritmo, existiendo aún hoy comunidades que
viven en el paleolítico.
Consideremos, por ejemplo, la relativa sencillez de las
estructuras social y política de las comunidades tribales de cazadores-recolectores.
La misma limitación cultural y de recursos impide una manifestación social y
política más compleja. La actividad demandada por la supervivencia consume
prácticamente la totalidad de las energías disponibles. La guerra constituye un
lujo si no rinde dividendos inmediatos; puesto que casi no existen riquezas que
codiciar (excepto por las hembras y los cotos de caza y áreas de recolección),
la guerra pudo haber sido una actividad prácticamente desconocida en muchas
zonas geográficas. El limitado conocimiento tecnológico restringe la obtención
de los recursos de la naturaleza. Aquello que está más a mano, como piedras,
madera, fuego, cuero, hueso, arcilla, hierbas, etc., constituye la totalidad de
la materia prima disponible. Los productos son simples y bastos. La economía se
reduce a contadas actividades: caza, pesca y recolección. La estructura social
tribal es bastante homogénea y poco jerarquizada, existiendo una diferenciación
sexual en el trabajo y el hogar: los hombres atienden predominantemente las
tareas de la caza y las mujeres y niños, las de recolección.
Un salto de escala en la estructuración social y
política ocurre con la economía basada en la agricultura y el pastoreo. Estas
dos actividades, que fueron verdaderamente revolucionarias a partir de hace
diez mil años atrás, permitieron la obtención de mayor energía con menor
trabajo. Los animales no se cazan, se crían; los granos, tubérculos, hojas y
frutos no se recogen, se cultivan. Puesto que los animales, la tierra, el agua
y los implementos agrícolas son determinantes en la funcionalidad de esta
economía, aparece la propiedad sobre los medios de producción y sobre las
riquezas obtenidas por el trabajo y la acumulación primitiva de capital. La
estructura social, en especial en los pueblos agrícolas, se desarrolla en
clases sociales funcionalmente diferenciadas: política, sacerdotal, militar,
artesanal, campesina, pastoril. En etapas más desarrolladas de la técnica y la
acumulación del capital surge una cantidad de oficios especializados: escribas,
mineros, herreros, carpinteros, canteros, marinos, tenderos, mercaderes,
soldados.
La agricultura y la ganadería demandan mayor
organización y protección política. Se estructura naturalmente un poder
político de reinos con castas sacerdotales rodeando el trono. El dios o el rey
dios aglutina el pueblo, le da dirección y le da identidad mediante una
mitología y un ritual, y aparece la legislación. A través de la conquista de
reinos vecinos, más débiles, se estructuraron imperios. Estos estaban basados
en el poder militar. Caracterizados por levas militares y colectores de
impuestos, eran monarquías autocráticas. Los conquistadores invocaban
principios religiosos para santificar y legalizar una autoridad cimentada sólo
en la fuerza. La estructuración social de los imperios estaba formada por
castas que se escalonaban desde el sacerdote y el guerrero hasta el esclavo.
Antes de la era industrial, esta estructura era estable y se reforzaba por el
mito religioso que aseguraba que cada individuo cumplía en su respectivo estado
una función según el designio divino que había de transmitir a su
descendencia.
Un incremento en la capitalización y la tecnología
incide proporcionalmente en el aumento de la población y en el uso de los
recursos naturales, y la geografía no se haya ajena a ello: la disponibilidad
de territorio llega a ser crítica. Los individuos de los pueblos cazadores
recolectores necesitaban caminar diariamente unos 20 kilómetros para encontrar
el sustento, y una tribu de unos treinta individuos requería unos 700
kilómetros cuadrados de territorio. Con la agricultura, esta misma superficie
sustenta a unos trescientos mil individuos. En el siglo XIX, la productividad
de los indios norteamericanos de las praderas simplemente no pudo hacer frente
a la de los agricultores europeos. Un mejor uso del territorio fuerza a una
mayor protección y seguridad, y recíprocamente sostiene mayor población para
esta nueva función política y estratégica. Cuando al territorio se le invierte
capital en infraestructura productiva y urbanización, y además contiene otras
riquezas naturales, sus habitantes necesitan encontrar prontamente la forma de
protegerlo en forma efectiva contra invasores o dominadores, destinando a la
defensa una mayor proporción de la riqueza obtenida.
Con el estado actual de la tecnología, el capital y la
población los territorios despoblados o con poblaciones que hacían un uso muy
limitado de sus recursos se agotaron, y cada Estado se ha visto forzado a
defender sus propias fronteras y a subsistir con lo que cuenta en su propio
territorio, poniéndose al día en las reformas políticas, económicas y sociales.
La primera mitad del siglo XX fue testigo del esfuerzo de potencias de segundo
orden para crecer a costa de sus vecinos, exagerando el nacionalismo. Con la
Guerra Fría, para subsistir los Estados debieron alinearse a una de las dos
superpotencias que emergieron, mientras las antiguas potencias eran incapaces
de sujetar a sus colonias. En la actualidad, ante la menor competitividad y
eficiencia del capitalismo estatal y nacional, los Estados están otorgando todo
tipo de garantías al capital privado, ahora internacional y transnacional, para
atraerlo. Éste, que ha crecido y se ha concentrado a niveles imposibles de
imaginar hasta hace algunos lustros, y sigue creciendo y concentrándose, busca
buenos negocios, en tanto los Estados procuran que el máximo de beneficio de la
actividad económica logre quedar en el país en forma de ingresos por un trabajo
que se procura que sea cada vez más capacitado, y por venta de recursos
naturales.
Desde la Revolución Industrial la estructura
sociopolítica ha estado experimentando un progresivo y veloz cambio de escala
de magnitud nunca antes visto. Gran parte de la discusión ideológica en el
terreno económico, que en el pasado reciente se daba entre conservadores y
liberales, se está librando en gran medida entre neoliberales y
medioambientalitas. Esta discusión puede tornarse vana frente a la inédita
fuerza desencadenada por la gigantesca acumulación de capital y conocimientos
tecnológicos, generadores del acelerado cambio en todos los ámbitos humanos,
mientras la biósfera se va destruyendo a pasos agigantados.
Marx puso realmente el dedo en la llaga cuando señaló
que la propiedad resume cuál es el centro de gravedad del poder político, ya
sea como autoridad que busca establecerse o como liberación de la autoridad
establecida. El feudalismo tuvo el menguado mérito que con el sistema
señor-vasallo nadie se podía erigir en propietario absoluto. En cambio, desde que
el feudalismo fue superado por los propietarios burgueses, el empresario ha
conseguido la propiedad absoluta de su empresa, lo que lo convierte en amo y
señor con autoridad casi absoluta sobre los trabajadores, a quienes se los deja
competir libremente para ocupar los limitados y esclavizantes puestos de
trabajo disponibles. El grupo de propietarios de un país, organizado
colectivamente, o constituye una oligarquía conservadora y privilegiada cuando
domina el Estado o es liberal que favorece la libre empresa y el libre mercado
cuando pasa a la minoría. En ambos casos, buscan consolidar la propiedad
privada del capital hasta el máximo límite posible, elevando el derecho de
posesión privada lejos por sobre los derechos a la vida y la libertad. Sólo el
socialismo se constituye en amenaza, ya sea seria o meramente ritual, a la
propiedad privada del capital.
Génesis
del concepto Estado
Desde su propio mundo en una pequeña y autónoma polis
griega de la antigüedad Platón generó una importante corriente de pensamiento
político, la que ha tenido una influencia decisiva en la estructuración de la
teoría política de la cultura occidental. En un mundo en que se alternaban los
distintos sistemas políticos, concluyó que la política forma parte de la moral
y que el comportamiento del individuo es producto de la estructura política.
Creyó que la política es la estructuración destinada a la realización de la
vida buena (areté en griego, virtus en latín) de los individuos,
siendo ésta la finalidad de la existencia humana y que permite establecer una
sociedad de justicia. Supuso que las mismas cualidades morales que caracterizan
al hombre bueno son también las que aseguran la vida armoniosa del grupo.
Concluyó que la función esencial de la acción política es moral, consiguiendo
que los individuos sean buenos, y con ello lograr una sociedad armoniosa.
Pero si no se llega a obtener la vida virtuosa, es
porque hay carencia del conocimiento adecuado para alcanzar dicho fin. Sin
embargo, es posible descubrir, mediante la reflexión sistemática, el camino que
se debe seguir para lograrlo, aunque ello no asegure necesariamente que todos
lo sigan. El camino correcto es la obtención de la verdad. Esta no sólo puede
ser conocida, sino que es única y suprema y rige sobre la moral, la ética y el
orden social. Esta teoría del conocimiento ha dado origen a una postura
ideológica aristocrática, en cuanto pocos (los mejores) pueden conocer la
verdad y regirse y actuar según los ideales de conducta. Conociendo la verdad y
llevando una vida virtuosa, pueden en consecuencia dirigir y reformar al resto
de individuos viciosos. La república ideal de Platón surge cuando el filósofo
es también soberano, con lo que unía el poder con el saber.
Así, los dirigentes políticos, los aristócratas,
imbuidos de sabiduría, saben lo que conviene a un pueblo que carece de toda
capacidad para decidir según su conocimiento, pues su indolencia natural les
impide pensar correctamente. De esta manera, sólo la autoridad política, plena
de sabiduría, puede establecer normas morales objetivas, siendo su deber educar
al pueblo de acuerdo a las normas dogmáticas de lo correcto, y castigar,
incluso eliminar, a quienes incurren en error. La creencia de Platón de que
algunos pocos pueden saber en qué consiste la vida buena, verdadera y justa y,
por lo tanto, conocer qué es lo que le conviene al pueblo, ha sido decisiva en
estructurar ideologías políticas, tanto de ultraderecha como de ultra izquierda,
como el nazismo, el marxismo, el comunismo, el fascismo, etc., que llaman a la
acción pretendiendo que hacen lo que más conviene al pueblo y sin tener, en su
suprema arrogancia, el menor respeto por la experiencia, el conocimiento, los
valores y la libertad individuales.
Con el cristianismo las ideas correlacionadas de pecado
y redención, al sobreponerse de cierta manera a la distinción griega entre
ignorancia y sabiduría, establecieron a la Iglesia por sobre el Imperio Romano
en cuanto significación y autoridad, hasta llegar a disputar al poder secular
el papel de árbitro final en el ordenamiento del hombre y la sociedad. Las
ideas expresadas en La República por
Platón fueron llevadas a cabo por la jerarquía eclesiástica cuando se
estableció la Iglesia imperial, con el emperador Constantino (272-337). Desde
el mismo fin del Imperio Romano y el comienzo de la Edad Media el propósito de
la Iglesia se expresó en una metáfora política: la edificación del Reino de los
Cielos en el mismo mundo. San Agustín (354-430), arquitecto de la Cristiandad,
sostuvo que la única función del poder civil es proteger a la Iglesia, deber
que lo justificaba, en tanto la función de ésta, como su misión divina, es
reincorporar al pecador en la sociedad divina. Con ello la función del
emperador quedó restringida a constituirse en defensor de la fe.
En la prolongación medieval de esta teoría política la
tradición del gobierno imperial y la experiencia de la incorporación al cuerpo
místico de Cristo se constituyeron en los dos grandes temas. A la autoridad
imperial se le confirió el universalismo de la Iglesia. “El gobierno humano
deriva del gobierno divino, y debe imitarlo”, escribía santo Tomás de Aquino
(1225-1274), inmerso en su majestuosa cosmovisión que unificaba, entrelazando,
las leyes divinas, naturales y positivas. La función propia del poder secular
consiste en asegurar la paz y el orden dentro de los cuales puedan los fieles
proseguir tranquilamente su peregrinación temporal por este mundo.
El Renacimiento se caracterizó porque comenzó a
redefinir la función del poder político a partir de la nueva definición de la
función del ser humano que entonces empezaba a formularse con fuerza. Las duras
condiciones de supervivencia individual que caracterizaron al medioevo habían
comenzado a aliviarse en algunas conspicuas regiones de Europa. La densa red
jerárquica de relaciones interpersonales de protección - servicio entre señores
y vasallos, que constituía el feudalismo y que formaba parte del grandioso
esquema de la Cristiandad, comenzó a desarmarse frente a la aparición de las
monarquías autocráticas y al aumento de la seguridad ciudadana y de la riqueza
de comerciantes y burgueses.
Del rompimiento de los vínculos medievales emergió el
individuo; pero este individuo, ahora liberado de ligaduras y sólo en función
de sí mismo, fue colocado enseguida frente a un emergente Estado. La función de
la estructura política, centrada en la salvación eterna de las almas de los
integrantes de la estructura social vía la intermediación sacramental y la
penitencia perdieron su urgencia, y el lugar de los afanes humanos más
imperiosos fue ocupado por la posibilidad de una felicidad terrenal, centrada
en el individuo, que se podía lograr a través de la riqueza, el poder y la
gloria personal.
El cambio radical de la imagen que el ser humano tenía
sobre sí mismo fue preludiado, en el ámbito del pensamiento político, por
Nicolás Maquiavelo (1469-1527), para ser expresado más extensamente por los
filósofos políticos de los siglos posteriores. La concepción de la función de
la estructura política sufrió un vuelco. Ya no se le demandó que impusiera una
disciplina moral a los individuos para conseguir que salvaran sus almas.
Maquiavelo, por el contrario, intentó comprender en qué radicaba el juego del
poder político, y sus descubrimientos los resumía en enseñanzas para el éxito
de los jugadores de dicho poder dentro de la nueva concepción que adquiría la
estructura política en la idea de Estado.
El
Estado y el individuo
La idea de Estado fue inventada por Maquiavelo, y se
refiere a la estructura que detenta el poder político. Correlacionada con esta
idea surgió como su contrapartida la idea de individuo, que es el objeto del
poder político. El individuo fue concebido como una abstracción de la idea de
persona en lo referente a ser una unidad discreta de la estructura social que
comprende otras unidades similares, y a que se encuentra enfrentado a la
entidad del Estado. Con el Renacimiento comenzó una era en la que, lentamente
al comienzo y con insistencia más tarde, los seres humanos exigieron mayor
libertad política para que cada cual pudiera actuar en procura de su propia
felicidad, mientras se condenaba la persistencia de los privilegios que
provenían de antiguos derechos señoriales. El individuo comenzó a ser concebido
más como sujeto que tiene por función actuar por su propio bienestar, interés y
felicidad que como objeto del poder político.
Desde entonces ya no se pudo justificar tan fácilmente
un Estado regido por soberanos reputados de tan sabios que conocen lo que les
conviene a los individuos. Y menos por soberanos que, sin siquiera importar su
sabiduría, es Dios quien manifiesta su voluntad a los individuos a través de
éstos, al derivar su autoridad del mismo Dios. Sólo con el tiempo fue madurando
la idea de que el Estado debe ser regido por representantes de la voluntad de
la mayoría del pueblo para posibilitar la acción libre de cada cual. Fue
natural que de la monarquía se llegara a la república. La idea de un Estado
republicano surgió de una triple necesidad: 1º. ¿Cómo obligar al gobernante
para que represente fielmente los intereses del pueblo? 2º. ¿Cómo elegir al más
capaz para garantizar un buen gobierno? y 3º. ¿Cómo impedir que el gobernante
llegue a corromperse con el poder?
La teoría política moderna, que surgió como reacción al
poder y el privilegio establecidos, se fundó en dos supuestos generales. Por
una parte, las necesidades morales de los seres humanos son las que justifican
precisamente la existencia del Estado y no el Estado el que justifica la
existencia de las virtudes morales de los seres humanos, como pretendió Platón.
Por la otra, la vida moral de los seres humanos tiene por finalidad los goces y
satisfacciones en este mundo y no en el otro, como pretendió san Agustín. Estos
dos supuestos básicos chocaban necesariamente con el régimen existente, y las
diferencias entre los distintos teóricos políticos abarcaron un amplio
espectro, comprendiendo desde el absolutismo hasta el parlamentarismo, desde el
conservadurismo hasta el liberalismo, y ciertamente establecieron el campo para
las duras batallas políticas que dieron origen a nuestras modernas democracias.
Maquiavelo, exponente del Renacimiento italiano, dio el
tono a la partitura. Presentó al ser humano en su individualidad, sin relación
con lo transcendente e interesado puramente en la vida terrenal, y a la
política como el arte de adquirir poder y conservarlo, pues el control del
poder es la única justificación de la soberanía detentada por el soberano, cuya
primera tarea es gobernar. Sin pretender hacer una historia de la filosofía política,
resumiremos a continuación el pensamiento político de algunos destacados
filósofos políticos de los siglos XVII a XIX que han sido decisivos en la
estructuración de las actuales instituciones políticas. Especialmente, Thomas
Hobbes (1588-1679), John Locke (1632-1704) y Jean-Jacques Rousseau (1712-1778)
fueron un trío de filósofos políticos de los siglos XVII y XVIII que tuvieron
una enorme repercusión en el pensamiento político posterior.
Hobbes, en las postrimerías del Renacimiento, partió de
un análisis psicológico del ser humano para afirmar que éste tiene por
finalidad la felicidad. Para él el ser humano está integrado por dos elementos:
la razón y la pasión. La primera es un instrumento de la segunda para lograr
sus propósitos. En un supuesto estado primitivo natural los hombres se
conducían unos con otros como bestias, lo que sintetiza en la famosa frase: Homo homini lupus (el hombre es un lobo
con el hombre). Todos eran iguales en una naturaleza que daba todo a todos. La
utilidad era la medida de todo derecho. La motivación social del individuo era
la ambición de poder y el miedo a la derrota. En realidad, Hobbes explicaba que
no veía en sus conciudadanos otro móvil de conducta que el provecho y el
dominio. Supuestamente, en el estado primitivo natural la codicia y la ambición
irrefrenable de todos obligaban a cada uno a permanecer con envidia y
temerosamente en guardia frente a todos los demás. El derecho ilimitado de
todos y de cada uno era igual a que no hubiera ningún derecho y equivalía de
hecho a la guerra de todos contra todos. Pero el estado natural no era
confortable ni práctico, ya que no ofrecía seguridad para el disfrute de los
bienes. Los individuos se vieron consecuentemente forzados a llamar a un
contrato social por el cual cada uno hizo cesión de sus derechos naturales. A
continuación, idearon reglas de comportamiento que si fueran acatadas podrían
beneficiar a todos y todos serían felices; y crearon por libre convención un
orden, un derecho, una costumbre y una moralidad.
Hobbes encontró que este objetivo es posible si
existiera un poder coercitivo, superior a todos, que para garantizar el respeto
mutuo obligara al cumplimiento de las leyes. Supuestamente, el Estado surgió
entonces a través de un contrato social mediante el cual cada individuo
renunció a sus derechos a la defensa propia en favor del Estado, a condición de
que todos los otros hicieran lo mismo, entendiendo que la seguridad y la paz
son bienes mayores que la libertad. El Estado debía ser soberano para imponer
el orden y ser la única fuente de derecho de la moral y la religión. El Estado
sería la concentración de poder como resultado del egoísmo colectivo, y el
contrato social, del que aquél surgiera como instrumento de la seguridad
colectiva, nacía de los temores humanos. En el caso de la relación de los
Estados se reproducía la situación del estado natural primitivo en la relación
de los individuos. El egoísmo individual se llamaba ahora soberanía nacional.
Con Hobbes se instaló el pensamiento secular sobre el
sentido de la vida humana, la que señala que el ser humano puede conseguir la
felicidad en la Tierra, consistiendo ésta en la satisfacción lo más amplia
posible de los anhelos que la “pasión” humana exige. También con Hobbes se
inauguró la idea de que la finalidad del Estado es la felicidad de los
individuos, es decir, la finalidad propia de los individuos justifica por sí
misma la existencia del Estado. Asimismo, con Hobbes surge en toda su amplitud
el individualismo, basado en el interés personal como guía de la acción humana.
Por último, con Hobbes se instauró la ideología del sistema político
autoritario y poderoso, que privilegia más la seguridad de los individuos para
el disfrute de la felicidad que la libertad que puedan tener para buscar su
propia felicidad.
La creciente burguesía, constituida por individuos que
habían soltado amarras del feudalismo y que disfrutaban de un creciente poder
económico, buscaba una nueva relación para los individuos con el emergente
Estado y una redefinición de sus funciones. En esta burguesía en consolidación
surgió Locke. Igual que Hobbes, para Locke los hombres son libres e iguales. No
hay subordinación ni preeminencia. Cada uno es dueño y juez de sí mismo y todos
buscan su propia felicidad. A diferencia de Hobbes que retrocedió tanto en el
estado de naturaleza que imaginó fundando una moral sobre la nada, Locke
presupuso una moral para que el contrato social fuera posible. De lo contrario,
los individuos carecen del principio fundamental de todo derecho contractual. La
ley natural del empirista Locke fue la lex
naturalis de los escolásticos. En contra el Leviatán de Hobbes, Locke
propuso el Gobierno civil.
Locke, en el mundo anglosajón, y Rousseau, en el
continente europeo, aparecieron para estructurar las nuevas ideas políticas en
demanda. Ambos emplearon el metafórico “estado de naturaleza”, el primero para
indicar una comunidad natural de intereses como sustrato necesario de todas las
relaciones humanas, y el segundo para destacar la vida libre del individuo en
la naturaleza, contrastándola con la vida esclavizada de la sociedad
civilizada. Ambos habían prescindido de la enseñanza tradicional del Génesis
bíblico y su relato del Paraíso, pero tenían presente los descubrimientos del
Nuevo Mundo y los pueblos salvajes. Ciertamente, los conocimientos actuales de
paleo antropología y prehistoria no estaban disponibles en aquella época, por
lo que el estado de naturaleza primitivo no otra cosa que una ficción empleada
para precisar la esencia, el origen y el fin del Estado. Locke tuvo tal estado
primitivo natural por efectivamente histórico. En ambos, el estado de
naturaleza ilustra las características permanentes del individuo: los derechos
para Locke, la libertad para Rousseau. En contra de Platón, quien sostenía que
el objeto de la sociedad debe ser hacer más virtuosos a los individuos, ambos
pensaban que una sociedad justa depende de individuos virtuosos, con dominio en
sí mismos. Ambos sostuvieron que el poder político debe ser limitado por la
ley, la que además, para Rousseau, debe ser controlada por la voluntad general
en una sociedad que posee un interés común y en la cual reside la soberanía.
Ambos fueron ideólogos de la democracia burguesa, pues consolidaron la defensa
del derecho a la propiedad privada, base del poder de la burguesía.
En contra de la idea de la posesión de la verdad
absoluta por los mejores de acuerdo con Platón, pero suponiendo que la verdad
existe, Locke propuso que ésta va surgiendo progresivamente a través de la
experimentación. Así, mientras el platonismo tiende hacia el colectivismo con
un fuerte poder central y también hacia un orden cerrado, el empirismo de Locke
se inclina hacia el individualismo, la tolerancia, la libertad individual y
también hacia un mundo abierto. Lo que fue distintivo en él fue que el
principio que fundamenta la limitación de la soberanía del poder civil son los
derechos naturales a la vida, la libertad y la propiedad. Esta “ley natural”,
que obliga a todos, es la recta razón que indica a cada cual que debe mirar a
los otros seres humanos como libres e independientes, que no debe ocasionarles
molestia alguna en su vida, salud, libertad y propiedad. Entendió que la propiedad
es la posesión exclusiva del individuo y no lleva obligación alguna. Supuso que
la posesión de propiedad es una condición necesaria para ejercer la libertad.
El poder civil de este Estado contractual no sólo no suprime el privilegio de
la propiedad, sino que surge sólo para el mantenimiento de dichos derechos,
pudiendo ser disuelto en cualquier momento en que los viole. El Estado no es
algo “por naturaleza”, sino que surge exclusivamente de la voluntad de los
individuos y de sus libres pareceres personales. Es la suma de ellos. El Estado
se hace necesario para superar el estado natural primitivo, donde cada uno es
su propio juez, lo que es una amenaza de una guerra de todos contra todos. Para
contrarrestar la supremacía absoluta del Estado y limitar su autoridad, se le
declara originado por la voluntad de los individuos y vinculado esencialmente a
dicha voluntad.
Pero Locke no se ocupó de pensar en las obligaciones
naturales, esto es, los deberes sociales, y olvidó que la libertad contractual
jamás es genuinamente libre mientras las distintas partes contractuantes no
lleguen a poseer igual fuerza para negociar, igualdad que se basa
necesariamente en condiciones materiales similares. El contrasentido de la
defensa del derecho de propiedad, como fundamento de la libertad. También Locke
olvidó que la riqueza no se obtiene sólo por el esfuerzo individual, sino que a
través del esfuerzo colectivo.
El individualismo político de Locke se revela
particularmente en tres aspectos: 1. El poder político, a diferencia de Hobbes,
puede ser en todo tiempo reasumido por los individuos, pues los derechos
naturales del hombre son inalienables. 2. El Estado no tiene otra misión que el
servir a los individuos y velar por su común bienestar, particularmente su
propiedad, que nunca podrá enajenar sin el consentimiento de los súbditos. 3.
Finalmente, para cortar todo abuso contra los intereses de los individuos, el
poder político deberá desglosarse en un poder legislativo y en un poder
ejecutivo. Ambos poderes deben mantenerse equilibrados como los platillos de
una balanza, para así mutuamente frenarse.
Tanto contra los privilegios y tiranías como contra la
noción de hombre, definido como un ser racional, egoísta e individualista, que
prevalecía en su época, Rousseau, adoptando una perspectiva sentimental y
romántica, lo describió como un ser emocional cuya naturaleza más íntima está
constituida por simples sentimientos morales y gustos estéticos, cualidades que
son desfiguradas por las exigencias de la civilización. El hombre puede pasar
del estado de la naturaleza al acatamiento de las leyes de un Estado que
represente la “voluntad general”. La voluntad general la concibió como
soberana, distinta del interés general y el deseo del individuo. Une a la
comunidad en una acción con un propósito común determinado por el libre
espíritu de solidaridad. Así, sobre los fundamentos románticos e irracionales
de la voluntad general, Rousseau erigiría el sistema racional de las
instituciones representativas.
Estos pensadores políticos fueron precursores de la
Independencia estadounidense y de la Revolución francesa, la cual trastrocó la
monarquía por la república y la tutela por la libertad. También fueron
decisivos para los distintos movimientos independentistas hispanoamericanos. La
clave para entender estos acontecimientos políticos es el cambio operado en la
concepción tanto del Estado como del ser humano. De ser concebido únicamente
como el medio para garantizar la paz y el orden a través de la defensa del
territorio, que venía a ser como el patrimonio del señor feudal, y la sujeción
de los individuos, a partir de los pensadores políticos desde Maquiavelo en
adelante, el Estado pasó a ser concebido como el medio para promover el
bienestar de los individuos.
El trasfondo para este cambio en la concepción de la
estructura política lo constituyó la expresión de un cambio cultural importante
en pleno desarrollo. En efecto, la burguesía estaba en ascenso. Además, esta
clase social era letrada y experimentaba los beneficios del comercio y la
industria. Precisamente, estas actividades requerían el concurso activo de un
Estado que no favoreciera únicamente el privilegio de la nobleza. Pronto se
comprobó que el despotismo ilustrado, respuesta del orden vigente a las nuevas
inquietudes, tenía un cariz muy platónico, aristocrático y tradicional, no
consiguiendo estructurar un Estado más liberal en concordancia con el afán
burgués. Las revoluciones burguesas de los siglos XVII y XVIII no tardaron en
imponer el nuevo orden.
La ideología burguesa-liberal que se implantó, y que
sigue rigiendo con fuerza en las democracias burguesas de la actualidad, sobre
valoró al individuo frente al Estado, de modo que el segundo se hizo funcional
a los derechos individuales. Supuso que el Estado es creado posteriormente, por
convención, a la existencia de los individuos con el propósito principal de
garantizar las libertades individuales y la propiedad privada. Así, el Estado
no tiene otros derechos y facultades que aquellos que los individuos le
confieren expresamente, los que consisten, en este caso, en reconocer y
defender estos derechos preexistentes. El resultado es que el Estado, reducido
a estas funciones, no puede intervenir sobre las libertades individuales y la
vida económica basada en la propiedad privada.
Es claro que el fundamento filosófico-jurídico de la
escuela liberal y su doctrina del laissez-faire contiene profundos errores. 1.
Es falso que haya existido un “estado de naturaleza” anterior a un supuesto
“contrato social” y al subsiguiente nacimiento del Estado. Los seres humanos
somos seres sociales solidarios, cooperadores, que generamos nuestras
autoridades. Así es nuestra condición genética como resultado de la larga
evolución biológica del género homo. 2. Es falsa la noción individualista que
concibe la libertad tan sólo como individual y la propiedad tan sólo como
privada. Esta libertad individual que requiere bienes privados para conseguir
la felicidad exclusiva sólo puede beneficiar de hecho a un número reducido de
privilegiados egoístas. 3. Es falso que el Estado se origine en un “contrato
social”. El Estado no es más que la estructuración del liderazgo tribal para
una sociedad más compleja que la tribu.
La idea de un Estado que se justifica según los fines
de los individuos, en consonancia con Hobbes, fue acentuada más tarde por el
utilitarismo de Jeremías Bentham (1748-1832), y fue el resultado de la idea de
que la finalidad propia de los individuos es una felicidad terrenal. Como
vimos, la felicidad como finalidad de la vida ocupó el lugar central de los
objetivos que propuso la cultura a partir del Renacimiento y, en especial, de
Hobbes, y fue sin duda radicalmente distinta como finalidad del ser penitente
del medioevo. Esta idea fue un paso importante con respecto a los epicúreos del
siglo III a. C., quienes buscaban sólo el máximo placer y el mínimo dolor, o a
los estoicos, contemporáneos con éste, que para evitar el dolor preferían
cultivar la indiferencia con desdeñosa indolencia.
Bentham pensaba que el Estado debe procurar la mayor
felicidad al mayor número de individuos. Lo útil es lo que conduce a la
felicidad. Siendo que el ser humano sólo posee experiencias directas de placer
y dolor, las demás sensaciones derivan de éstas. La felicidad es el placer de
duración prolongada. Bentham sólo expresaba el sentir de una corriente
intelectual mayoritaria que estaba dispuesta a trastocar la felicidad por la
libertad, sin caer en cuenta que la felicidad más plena proviene justamente del
ejercicio pleno de la libertad. En efecto, pensemos que la verdadera felicidad
es sinónimo de acción intencional para la cual sus condiciones fundamentales
son la libertad y un propósito correcto. Es fácil confundirla con la posesión
de condiciones que probablemente facilitan ejercer la libertad, como la riqueza
y el poder. Pero a menudo estas condiciones obstaculizan ejercer la libertad.
Usualmente sus poseedores resultan ser esclavos de estas condiciones.
Del
socialismo al totalitarismo
La forma de cómo el Estado puede promover la felicidad
entre los individuos dio origen a las ideologías socialistas del Estado de
bienestar. De ahí que de las ideas de Estado e individuo surgidas en la Edad
Moderna brotaran tanto el individualismo como la clase social y el
totalitarismo. El problema de suponer que la realización personal se cumple con
la satisfacción de los anhelos individuales de supervivencia y reproducción
lleva a pensar que la función del Estado, o de la sociedad civil, es procurar
los medios para satisfacer aquellas necesidades. El problema que sigue
lógicamente es que si se omite una transcendencia ulterior, la persona queda
reducida a ser sólo individuo y, alternativamente, a ser sólo parte de un
Estado que se transforma en un todo que puede instrumentalizar a sus
componentes con el objeto de incrementar su poder y dominar a otras naciones.
Carlos Marx (1812-1878), más que heredero del
pensamiento político de Hobbes y Locke, lo fue de J.G.F. Hegel (1770-1831) y su
“dialéctica”, pero también estaba imbuido en la cultura de su siglo.
Suscribiendo la teoría de Rousseau de que la humanidad vivió en su comienzo en
un estado comunitario primitivo, Marx creyó que este estado se vio alterado
posteriormente por la división de clases antagónicas. Supuso que la humanidad
se encamina nuevamente hacia un nuevo comunitarismo sin clases después de la
necesaria apropiación revolucionaria de los medios de producción, supuesto
causante del antagonismo. Más que aceptar que el fin del orden político es la
felicidad de los seres humanos, y que los seres humanos necesitan liberarse de
las coerciones, él deseaba ver realizada la síntesis histórica del término de
la lucha de clases, pues, así, el proletariado podría asegurar la alimentación
y los beneficios de una sociedad igualitaria. No buscaba la mayor felicidad para
el mayor número de individuos, como Bentham, sino una felicidad igualitaria
hasta donde fuera posible.
En realidad, la filosofía marxista forma un todo
coherente de escalas de pensamiento y acción que son inclusivas. La acción
revolucionaria se estructura a partir de la lucha de clases; la revolución,
sobre la teoría económica de la plusvalía; esta teoría, sobre la interpretación
económica de la historia; dicha interpretación, sobre la concepción de la
lógica o dialéctica marxista hegeliana, y esta última se organiza sobre una
metafísica materialista.
Pero cada una de estas escalas tiene serios problemas de
demostración y la metafísica materialista no queda ajena de una crítica. Así,
Marx, discípulo contradictor de Hegel, es no sólo deudor de su maestro por el
método dialéctico, también lo es por la reducción de la historia a una sola
línea argumental. Si para Hegel esta línea es el Estado, para Marx, jactándose
de haber invertido los términos de la dialéctica hegeliana, la línea se redujo
a los medios de producción económica. Ciertamente, el apuntar a la economía
como explicación de la historia es andar por el camino correcto, pero
parcialmente en cuanto a que el cambio social lo tiene solo como a uno de sus
grandes motores. También es explicable que su interpretación de la historia se
convirtiera en una doctrina social y política que fue muy popular para predecir
–erróneamente– el destino inmediato de la sociedad capitalista.
Para Marx la dialéctica de la historia es la lucha de
clases. “La historia de toda sociedad existente hasta la actualidad es la
historia de la lucha de clases”. Así comienza su Manifiesto comunista (1848). Aunque se cambie de nombre, la
relación entre clases antagónicas ha sido siempre la misma: unos son opresores
y otros oprimidos. Según Marx toda sociedad está presidida por esta lucha, cuya
causa debe encontrarse en las diferencias de relación con los medios
productivos, y que se resuelve en un proceso histórico-dialéctico.
Marx descubrió que los medios de producción a través de
la historia, desde los tiempos de la caza y recolección, pasando por las
artesanías, la agricultura y la ganadería, hasta llegar al maquinismo,
determinan no sólo fuerzas productivas, sino también relaciones de producción.
Cuando la propiedad de los medios de producción es individual, las relaciones
de producción que crean las sociedades son antagónicas, como amo-esclavo,
señor-vasallo, capitalista-obrero. La propiedad individual de la era del
maquinismo, aparecido en plenitud en su propio siglo, fue vista como causa de
la formación de grandes masas de asalariados sobre los que se ejercía la
explotación de una minoría propietaria de las máquinas.
Probablemente, la teoría política desarrollada por Marx
pertenece a un nivel de estructuración más bien compatible con una mentalidad
preindustrial. La actitud de Marx fue en cierto modo conservadora. Frente al
surgimiento del proletariado industrial, él quería volver al ideal de una
sociedad rural y artesana, pues tenía como modelo la comunidad agraria con la
cual soñaban los utópicos agrarios en una época de transición a la
industrialización.
Para Marx el factor determinante de la dialéctica de la
historia son los modos de producción. Por modo de producción entendió las
técnicas determinadas empleadas en producir y distribuir lo producido que
prevalece en una época y, más sintéticamente, a la diferencia entre la fuerza
muscular y la fuerza motriz. De ahí que la causa del cambio social sea la
invención, pues transforma los modos de producción. En cambio, la ley, la ética
y la religión son factores que funcionan para preservar el sistema establecido
y defender las relaciones establecidas con los medios de producción. Incluso
las acciones de los políticos están condicionadas por el sistema y no aportan
nada a la transformación social. Por ello, el factor económico aparece como
condicionante de todas las manifestaciones culturales y de todas las acciones
humanas.
El fin último de su dialéctica es la Revolución.
Atrapado en el hegelianismo, no vio más que una salida a tal situación. El día
en que los obreros de todo el mundo se apropien de los medios de producción se
habrá resuelto para siempre la contradicción dialéctica histórica fundamental
entre explotadores y explotados, pues quedará instalada una sociedad sin clases
o comunista.
En la contingencia de su época, al defender al
proletariado, establecía a la burguesía como el enemigo que debía ser destruido
como clase social. Partió de la concepción liberal del Estado para desear ver
justamente su aniquilación irremediable a través de la acción de la dialéctica
histórica. El Estado aparecía para un liberal como una autoridad coercitiva,
pero para Marx el Estado burgués lo hacía además como una entidad que funciona
en el interés exclusivo de la clase dominante. Percibiendo al Estado como una
“superestructura” o agregación artificiosa y forzada a la estructura social, sostuvo
que tal Estado debía ser abolido. A la dictadura de la burguesía, como él
percibió al Estado, se le debía oponer la dictadura del proletariado, que él
concibió como una breve etapa destinada a derrocarla para establecer a
continuación la sociedad internacional sin clases, que es el comunismo.
Para Marx el comunismo se distingue de todo otro tipo
de organización social, porque ya no existiría allí la lucha de clases. La
propiedad sobre los medios de producción produce la diferencia entre
explotadores y explotados y origina la diferencia de clases. Al ser ella
abolida por la dictadura del proletariado, se da término a las diferencias de
clases y también a la lucha de clases que las diferencias generan. El Estado,
creado justamente para proteger la propiedad, desaparecería por innecesario.
La clase social de Marx oculta al individuo que se
sumerge en ella, a la manera como la Razón universal de Hegel engloba la
existencia intranscendente de una sencilla razón humana. El individuo no cuenta
frente a la clase. El proletariado es una clase social que tiene un destino
glorioso cuando venza y destruya la burguesía en la épica revolucionaria a la
que Marx convocó. Con tal fundamento ideológico, no en vano los socialismos
reales que emergieron en los países comunistas a partir de la Revolución
Bolchevique, en 1917, se convirtieron en los más inicuos totalitarismos que la
humanidad haya conocido.
Los modos de producción como factor determinante del
cambio, que para Marx tiene valor trascendental, podría ser válido únicamente
en la escala de una civilización que posee un ritmo pausado de cambio
tecnológico. Él no tuvo la ocasión de vivir en nuestra época de una permanente
innovación y transformación tecnológica para darse cuenta de lo relativo de su
teoría dialéctica. Aunque todo poderío económico depende de la tecnología, en
una época de tanta oferta tecnológica, la tecnología que prevalece está
protegida por el poder del capital.
Desde nuestra actual perspectiva podemos decir que la
visión de Marx no corresponde a la realidad. Quiso liberar al proletariado de
su condición de explotación, pero su visión fue una mera elaboración de su
mente. Ésta produjo ideas como burguesía, proletariado, explotación, medios de
producción y lucha de clases como una forma de explicar la realidad. Pero el
problema que enfrenta toda ideología es que, a pesar de que los seres humanos
tenemos acceso a la realidad mediante nuestra limitada experiencia mientras
emplea el pensamiento lógico y abstracto, es una tarea muy difícil llegar a comprenderla
cabalmente. Más aún lo es poder modificar la realidad para adecuarla a nuestro
ideal.
Las ideologías políticas totalitarias llevaron hasta
las últimas consecuencias las ideas del orden político en función de la clase
social, la nación o la raza. La sombra de Platón envolvió las manifestaciones
totalitarias. En plena época de la manipulación tecnológica la estructuración
del areté platónico fue el objetivo
de la ingeniería social. En la búsqueda de estos fines, el papel de la libertad
pasó a segundo plano. A una vaca le basta un prado verde para sentirse
contenta, sin importar que esté cercado por alambre de púas. Lo que conviene es
la acción del Estado para promover la felicidad de los seres humanos, sin
importar, por otra parte, si hay también que eliminarlos brutal y
científicamente para conseguir dicho propósito. Las “buenas” intenciones tras
el endiosamiento del Estado, compartidas por los líderes que lo representaban,
provocaron las tristes catástrofes socio-políticas del siglo XX, por todos
conocidas.
El
individualismo
La ideología opuesta a la clase social y a los
totalitarismos de cualquier color ha sido el individualismo. Según ella, el
individuo existe para sí mismo, independientemente del grupo social, y el
Estado no puede interferir con su acción. Esta ideología surgió de la tendencia
exagerada a suponer que la identidad personal consigo misma es igual a ser
objeto de su propia actividad. Por ella se sostiene que la psicología de los
individuos está hecha para perseguir su propio bienestar e interés personal,
sin reparar necesariamente en el bien de los demás ni en la acción colectiva
hacia cada uno. Más bien, Adam Smith (1723-1790) supuso que existe una relación
causal entre el afán de lucro individual y su efecto en el bienestar colectivo
si se deja que las leyes del mercado operen libremente.
El individualismo, que tuvo su inicio en el
Renacimiento, y más precisamente con Maquiavelo, adquirió coherencia teórica
con el empirismo, escuela filosófica inglesa de los siglos XVII y XVIII, que se
oponía a una metafísica de verdades inmutables, eternas, necesarias y
universales. El empirismo afirma que las verdades son adquiridas y que
únicamente la experiencia sensible decide lo que es la verdad, como también el
valor, el ideal, el derecho, la religión. El conocimiento se limita a la
experiencia inmediata de la realidad sensible, negando la posibilidad
intelectual de la abstracción. Puesto que la experiencia no tiene término, la
verdad nunca concluye, siendo todo relativo. El sentido adquiere hegemonía
sobre lo inteligible, lo útil sobre lo ideal, lo individual sobre lo universal,
el tiempo sobre la eternidad, el querer sobre el deber, la parte sobre el todo,
el poder sobre el derecho.
Locke abordó, en su Ensayo
sobre el entendimiento humano (1650), la problemática del conocimiento
humano develada por la duda cartesiana, desencadenando una contienda en torno a
su fundamento, certeza y extensión, lo que imprimió su sello a toda la
especulación de los siglos XVII y XVIII. El primer problema que se planteó fue
acerca del origen del conocimiento, afirmando correctamente que en nuestra
mente no existen ideas innatas. Por el contrario, para él la mente blanca,
limpia y sin idea alguna se provee de éstas exclusivamente por medio de la
experiencia. Puesto que éstas son eminentemente subjetivas, variando de sujeto
a sujeto, Locke renunció al conocimiento de verdades objetivas y menos de
verdades absolutas. Aquello que subyace en el proceso del conocimiento es el
individuo.
El individualismo supone que el individuo es libre
porque, siguiendo a David Hume (1711-1776), “tiene la capacidad de actuar o de
no actuar de acuerdo a las determinaciones de la voluntad”, pudiendo elegir
entre una multiplicidad de medios para obtener un fin deseado. Ciertamente,
dicha capacidad la pueden ejercer todos los organismos vivientes con sistema
nervioso central con mayor o menor habilidad. Además, si reemplazamos la
determinación de la voluntad de Hume por la concepción hobbesiana de una pasión
que instrumentaliza la razón para conseguir la autosatisfacción, llegamos al
hedonismo de nuestro tiempo como sinónimo de felicidad. Como mejor se expresa
esta ideología es en la economía liberal, la cual sostiene que la libertad se
puede ejercer en su plenitud en el libre mercado. En la actualidad, renunciando
a los postulados del liberalismo político, es posible la coexistencia del
liberalismo económico con una política autoritaria, donde la libertad humana se
vuelca puramente hacia la actividad económica del mercado, sin inmiscuirse en
las decisiones políticas.
El individualismo es en realidad una abstracción de la
naturaleza de la persona para explicar, según las escuelas inglesas de
pensamiento –empirismo, positivismo, utilitarismo–, la relación entre los seres
humanos y la de éstos con las estructuras social y política. Evidentemente, al
ser una abstracción, se omite la complejidad del ser humano. Desde Hobbes,
pasando por Bentham, hasta nuestros días los individualistas, buscando explicar
el ser humano desde un punto de vista de una abstracción de la idea de persona,
llegan a una aberración. En el Renacimiento apareció la idea de que el ser
humano puede hacerse a sí mismo, desvinculado de toda autoridad religiosa o
moral, en clara oposición al platonismo. Con los filósofos políticos ingleses,
la idea de “individuo” pasó a referirse al ser humano en su relación con el
Estado y con los otros seres humanos dentro de la sociedad civil. El énfasis
fue puesto en dos aspectos: 1º su propia finalidad que le es tan exclusiva que
no necesita de otros seres, 2º el respeto y la no interferencia a la acción de
los otros seres humanos en la suposición de que cada cual anda tras lo suyo. Ya
se subraya en Hobbes la idea de que la finalidad que cada uno persigue es su
propia felicidad. Con Bentham, esta felicidad puede ser cuantificada en algo
parecido a unidades discretas de felicidad que pueden ser intercambiadas y
hasta acumuladas. Ambos aspectos relegan al Estado al papel de proteger la
acción “libre” de cada individuo tras su propia felicidad.
La idea individualista de que el objetivo de la acción
individual es su propio bienestar es contraria al hecho antropológico de la
solidaridad y la cooperación ciudadana. Aquella idea está detrás de la práctica
política de la no participación ciudadana, concibiéndose como suficiente la
representación de los intereses individuales. Por el contrario, un ciudadano no
debe suponerse a sí mismo sólo como un votante de sus propios representantes en
la polis, quienes tendrían por misión velar por los intereses individuales de
sus votantes. Por el contrario, si en una democracia la misión de un
representante es velar principalmente por el bien común, entonces la misión
política de un ciudadano no se remite a entregar su voto en el día de las
elecciones, sino que la acción política de este ciudadano se refiere a su
participación en la construcción de ese bien común, considerando además que
este bien común podría contradecir en ocasiones el interés individual del
ciudadano en cuestión. También en este sentido la institucionalidad política de
una nación no debe encasillarse en burocracias, sino que debe tener sus puertas
abiertas a los movimientos participativos de los ciudadanos.
La explicación es que el concepto “individuo” no define
al ser humano en su relación con la estructura sociopolítica. Éste es mucho más
que individuo. Es esencialmente “persona”. Por persona podemos entender que el
ser humano no sólo tiene objetivos que le pertenecen, sino que también tiene la
capacidad intelectual de razonar y querer lo que él mismo determina o decida.
El razonar no es un ejercicio puramente lógico, como el que efectúa una
computadora y que siempre entregará los mismos resultados. El pensamiento de
una persona es también abstracto y se enmarca dentro de la complejidad de
valoraciones propias de la cosmovisión que cada persona llega a generar en el
curso de su vida y por la que su acción se inscribe en el ámbito moral.
Lo que una persona persigue no se identifica
necesariamente con la “felicidad” si acaso ésta fue alguna vez definida
apropiadamente por los empiristas. La felicidad trata de la acción intencional
y libre. Sólo cuando la persona puede actuar libremente puede ser feliz.
Además, no sólo cada persona tiene sus propias vivencias, acumula sus propias
experiencias y construye su propio mundo cognoscitivo, también se desarrolla
dentro de una comunidad y produce incontables relaciones y vínculos con ésta.
La sociedad civil sólo llega a identificarse con la máxima extensión que
alcanza una comunidad que posee un gobierno común, pero ella contiene numerosos
grupos, pudiendo la persona relacionarse de variadas maneras con muchos de
éstos.
El individuo, como abstracción, opacó la
multifuncionalidad del ser humano, quien, como persona, tiene una gran
capacidad para interactuar, cooperar, asociarse de múltiples formas con sus
semejantes y las cosas, y ser solidario hasta el punto de efectuar grandes
sacrificios desinteresadamente y mantener indefinidamente sólidas lealtades. La
acción personal es normalmente solidaria y busca el bien del otro. Una acción
solidaria es propia de un adulto responsable y está alejada de un niño
consentido. Un ser humano es más él mismo mientras más esté interconectado con
sus semejantes. Un ser humano se autoestructura a sí mismo a través de su
acción solidaria. A través de esta acción un ser humano puede encontrar su
felicidad. El fundamento de la multifuncionalidad humana es la libertad. Ésta
consiste en actuar según una intención consciente ligada a una finalidad
razonada. La acción humana es libre porque existe deliberación razonada antes
de la acción. La libertad humana es la capacidad para actuar intencionalmente
según la propia voluntad racionalmente determinada. La libertad plena se
expresa en la cosa pública, y ésta depende de aquélla para estructurarse. La
libertad reducida a expresarse en el mercado es su forma más elemental.
En contra de los supuestos que dieron origen tanto a la
ideología del totalitarismo como a la del individualismo, podemos pensar que la
felicidad no es propiamente la finalidad de los seres humanos, sino que el
ejercicio de la libertad es tal finalidad, siendo la felicidad sólo el efecto
de la libertad. Como consecuencia del actuar libremente, se es feliz. Por lo
tanto, la finalidad propia del Estado es la promoción de los derechos humanos,
estando dentro de los primeros el respeto por la vida y el garantizar la
libertad individual. Ello supone la concepción de que el ser humano no sólo es
libre para vivir, sino que se le debe otorgar autonomía y oportunidades para
desarrollar su vida como él mismo elija, siendo su acción libre la causa de su
felicidad.
El
Estado neoliberal
Salvo en flancos marginales, la Guerra Fría no fue
bélica, sino que de modelos económicos antagónicos de desarrollo, y se dio
entre el trabajo y el capital. Lo que estuvo crudamente en juego fue, por una
parte, la posibilidad de cada Estado para acumular capital e intervenir en la
economía nacional en busca de desarrollo económico junto con asegurar la
independencia económica de la nación y, por la otra, la demanda de los capitalistas
para invertir con plenas garantías en cualquier parte del planeta que les
permitiera los mejores beneficios. La victoria perteneció, no a los EE.UU. y
sus instituciones políticas y militares, sino que al capital privado como poder
financiero radicado en Wall Street y las corporaciones transnacionales, y al
capitalismo como modelo de desarrollo económico. Estas dos características han
condicionado la estructuración de la nación-Estado contemporánea,
transformándola de raíz, pero forzando la conservación de la cáscara de su
antigua estructura republicana.
El mote de neoliberal para este modelo de la economía
se justifica por un triple hecho. El primero es de carácter eminentemente
económico. El capital financiero se independizó del capital productivo, se
volvió eminentemente privado, y al poder ser invertido en cualquier lugar del
mundo, dejó de tener nación. El segundo es de carácter político y se refiere a
que entre las principales funciones del Estado está el proteger al capital
privado para que éste pueda acrecentarse y ser un motor del crecimiento
económico y favorecer indirectamente la nación. El tercero es de carácter
social y cultural que ha llegado a suponer que todas las relaciones sociales y
hasta políticas están o deben estar sujetas a las leyes del mercado,
constituyendo todo ello la más ridícula y absurda caricatura que alguien
pudiera imaginar de la humanidad. El problema es que esto se está transformando
rápidamente en la realidad. Un potencial novio resulta ser un comprador en el mercado
de las novias, y una novia espera saber cuál de los potenciales novios podrá
dejarla más satisfecha en sus aspiraciones; un político busca publicitar su
imagen para el mercado de electores, mientras que el elector vota por el
candidato que mejor pueda satisfacer sus mezquinos intereses.
El largo periodo de paz después de la Segunda Guerra
Mundial posibilitó la acumulación de capital privado como jamás la historia
había visto. La empresa transnacional resultó ser más eficiente que el Estado
desarrollista y planificador para producir en forma más económica, generar
mejores productos y crear mayor empleo. La victoria ha estado estructurando
Estados neoliberales en todo el mundo y el país que no se adapta a las nuevas
condiciones queda marginado del competitivo sistema globalizado y queda sumido
en el subdesarrollo y la anarquía.
Al Estado neoliberal le conviene adoptar el sistema
democrático, pues permite reducir el tamaño del aparato estatal al asegurar las
libertades civiles, las que, no obstante, se restringen significativamente al
mero ejercicio de la libertad económica individual de comprar y vender en un
mercado por lo demás supuestamente libre.
El Estado neoliberal se caracteriza porque pasa a
depender del capital privado para desarrollar la economía y proveer un mayor
empleo para la población nacional. El empleo asegura el orden y la paz social.
Sin embargo, la inversión de capital impone ciertas reglas al Estado. Le exige
garantías contra la expropiación de la inversión, seguridad en el retiro de las
utilidades, impuestos reducidos, disciplina de la masa laboral, bajos
aranceles, control severo de la macroeconomía, infraestructura vial, portuaria
y de comunicaciones, estricta paz y orden. En la medida que el capital comienza
a dictar la política nacional, se va reduciendo la participación ciudadana en
la política.
El capital es invertido en alguna actividad económica
siempre que exista objetivamente alguna ventaja comparativa que posibilite la
producción de bienes y servicios competitivos. En ausencia de proteccionismo
arancelario la competitividad alcanza la escala global. Un producto que tiene
mercado local tiene también mercado internacional, pues en el mismo mercado
local compiten los productos del resto del mundo. Así, si un producto es
competitivo en el mercado local, lo será también en cualquier otro mercado.
La ideología neoliberal es de absoluta conveniencia
para el capital, pero a costa de la explotación del trabajo y la expoliación de
la naturaleza. El trabajo, incluida la actividad de administración empresarial,
debe contentarse con una porción reducida de la torta que se reparte, pues, si
no, es reemplazado por tecnología. En la relación con el capital, donde la
demanda por capital es proporcional a la oferta de trabajo, el trabajo queda en
una situación absolutamente desvalida. Por su parte, la naturaleza sólo puede
aspirar al desarrollo sustentable, que implica el término de este modelo, para
no quedar expoliada del todo. Además, el capital privado se acumula aún más
sobre la base de la apropiación gratuita de la naturaleza (suelo, subsuelo,
especies vegetales y animales, agua, aire), que es un patrimonio tanto nacional
como de la humanidad. Mientras tanto, la inversión de capital sigue, sin
tregua, redituando a su poseedor, quien se torna en un ser muy poderoso y que no
rinde cuentas a nadie.
Desde el punto de vista político, la ideología
neoliberal asegura una máxima libertad individual en materias económicas.
Cualquier individuo puede comprar lo que desea según su disponibilidad de
efectivo o de crédito, y vender lo que tenga, incluido su propia fuerza
trabajo, según las leyes del mercado. Sin embargo, puesto que la ideología
neoliberal no favorece al trabajo, del cual sobrevive la mayoría de la
población, que es la misma mayoría ciudadana, necesita un rebajamiento de las
libertades políticas. El Estado neoliberal ha pactado con el capital para
asegurar el empleo, pero ello a costa de una lánguida expresión política puesta
en acción para votar cada dos años representantes políticos que no elige. La
libertad económica ha suplantado la libertad política. Las condiciones que
posibilitan la inversión de capital que asegura el empleo no pueden ser
alteradas, aunque éstas sean de máxima explotación y expoliación.
Para que un Estado se torne neoliberal se ha requerido
un golpe férreo de timón que ha tenido como efecto reducir la participación
ciudadana en el poder político y generar simultáneamente una clase política aún
más desvinculada de la ciudadanía. La actividad política del ciudadano queda
reducida prácticamente a votar por el candidato impuesto por la clase política,
por lo que muchas veces el voto es meramente de castigo: se vota en contra del
candidato más que en favor de su oponente. La democracia neoliberal adquiere
una estructura puramente formal, y no logra ser el gobierno del pueblo.
Conclusión
Entre el platonismo (que propugna que el objetivo del
Estado es promover la virtud de los individuos en la suposición que tienen una
naturaleza mal inclinada) y el liberalismo (que supone que cada individuo sabe
mejor lo que le conviene para alcanzar la felicidad, siendo entonces el
objetivo del Estado asegurar la libertad de cada cual) debe encajarse el hecho
que una persona no es ni tan malévola ni tan libre como se pretende. El hecho
es que toda persona nace tan desvalida que requiere de cuidados que ningún otro
animal demanda, a la vez que tiene potencialidades casi ilimitadas. De este
modo, una persona se desarrolla durante toda su vida y, en especial, durante su
niñez (cuando se la debe formar y educar) y durante su adolescencia (cuando,
por carecer de discernimiento pleno, no se la puede hacer plenamente
responsable de sus actos). En segundo lugar, la cultura, precisamente en su
función formativa y educadora, condiciona la acción intencional de una persona,
en especial, aquellas acciones que tienen alcance social. Existen culturas que
inhiben la identidad del individuo consigo mismo, tendiendo éste a considerarse
a sí mismo como una parte de un todo mayor que él. En tercer lugar, los mismos
individuos varían en inteligencia, conocimientos, sentimientos y emociones
dentro de una amplia gama.
Muchas preguntas emergen de estas consideraciones.
Algunas son las siguientes: 1º ¿Por qué todos los individuos pueden
relacionarse con el Estado? 2º ¿Qué parte de la persona se vincula con el
Estado? 3º ¿Qué tiene todo individuo que deba merecer del Estado el respeto a
sus derechos fundamentales, al margen de las variaciones individuales que
pudieran existir? 4º ¿Hasta qué punto el Estado tiene el deber de asistir al
desarrollo personal de los individuos? 5º ¿Por qué se debe obedecer al poder
estatal? 6º ¿De dónde le viene a la mayoría el derecho de imponer el mandato a
la minoría, incluso hasta llegar a la dictadura de las masas? 7º ¿Qué es lo que
los individuos deben dirimir con su voto en cualquier consulta popular? 8º ¿Le
cabe alguna responsabilidad a un individuo por emitir su voto?
Notas:
Este ensayo, ubicado en http://unihum9c.blogspot.com/, corresponde al Capítulo 4, “La evolución de
la sociedad moderna”, del Libro IX, La
forja del pueblo (ref. http://unihum9.blogspot.com/).